sábado, 21 de mayo de 2011

La máscara, el teatro y el siglo XXI

No se puede hablar de máscara teatral sin nombrar a Jacques Lecoq, el
gran maestro de actores del siglo XX que desencadenó una corriente teatral basada
en el Movimiento. Con m mayúscula como él mismo decía. El Movimiento
provocó un cambio estructural en el teatro contemporáneo. Su escuela (entiéndase
escuela como corriente pedagógica teatral) sigue construyendo a actores, escenógrafos,
directores, dramaturgos, pedagogos. El único que consiguió estructurar
dentro de la pedagogía las exigencias del teatro contemporáneo. Es una escuela
del análisis de la vida. Pero un análisis físico y objetivo, que estableció metodologías
de creación al margen de intuiciones y musas. El logro del Maestro es mayúsculo,
también. El teatro agonizante y anclado en el naturalismo del siglo XIX
adquiere una renovación, un nuevo epicentro de formación. Si el arte del teatro
existe es para poetizar sobre la vida y no para imitarla o representarla. Traspasarla,
adelantarse a los acontecimientos, abstraerla o sintetizarla es el objetivo y la máscara teatral guía
hacia el objetivo.
Jacques Lecoq se encuentra con la commedia dell’arte en Italia y la recupera del olvido. A partir
de aquí, la máscara se erige como piedra angular de su metodología. Un instrumento que tiene sus orígenes
en el rito. La transformación de ser humano para conectarse con otra realidad. ¿Qué es el teatro?
Precisamente eso.
El siguiente encuentro en este territorio fue la máscara noble de Jean Dasté
(discípulo aventajado de Jacques Copeau). Llegó desde el teatro Noh japonés
y se definía por ahunar en su rostro equilibrio y acción. J. Lecoq la recogió, la
rediseñó junto a Amleto Sartori (el primer mascarero teatral contemporáneo de
occidente) y la rebautizó como máscara neutra, porque aseguraba que era un término
más pedagógico. Sin duda, esta inclusión en su metodología otorgó el punto
central de toda la corriente lecoquiana. El punto de equilibrio, la página blanca
necesaria, la definición de acción FÍSICA, es decir, acción completa. Se creó un
punto a través del cual, el desequilibrio tenía sentido. El desequilibrio, es el teatro
en si mismo y depende hacia dónde se desequilibre, se encuentra un estilo u otro.
El siguiente paso en el aprendizaje de la máscara, por tanto, es obvio. Máscaras
que definan un primerizo y contundente desequilibrio. El paso debe ser gradual, el alumno debe encontrarse
con la particularidad desde conceptos claros e inspiradores, con líneas de acción muy concretas.
Aquí entran en juego las máscaras larvarias. Voluminosas, con formas que focalizan la atención en una
personalidad potencial. El maestro Lassaâd afirmaba que había dos maneras de explicar las máscaras
larvarias. Una positiva y otra negativa. La negativa afirmaba que eran seres que alguna vez habían sido
humanos pero que se habían degradado con el tiempo. La positiva explicaba que estos seres llegarían
algún día a ser humanos.
Sigamos hacia el personaje, ahora se necesita una máscara
que pueda albergar toda la paleta de colores que exige una hora
de espectáculo. Las máscaras expresivas con un carácter definido,
capaces de cambiar de expresión, de albergar mil ritmos y lo
más importante, capaces de contradecirse, son las requeridas. La
dimensión teatral de estas máscaras es equivalente a un personaje
de Shakespeare, de Eugène Ionesco, de Fernando Arrabal.
La máscara, el teatro y el siglo XXI
En todas las categorías anteriores, el uso de la palabra no tiene aún lugar, son máscaras enteras,
la voz no puede proyectarse. El lenguaje es puramente gestual. Un estilo que ahonda en la poesía y en
la imaginación, dónde el cuerpo del actor es el conductor de la comunicación. Un cuerpo vivo, despierto,
que escucha desde los 5 sentidos y que, descubre , quizá por primera vez, su capacidad de expresión.
Sin embargo, en la comedia dell’arte, utilizaban medias-máscaras.
La boca del actor tenía libertad para emitir sonidos. Llegar a
la voz cuando el cuerpo es capaz de sostenerla es la manera menos
intelectual y más física posible. El mejor camino, teniendo en cuenta
que la voz es física, es un gesto sonoro. El siguiente escaño (no
más o menos interesante) es la comedia humana, nombre con el que
J. Lecoq bautizó la commedia del siglo XX. Personajes extraídos
de la sociedad actual y para la sociedad actual.
Portar una máscara significa ponerse una máscara en la cara.
Pero no solo eso, a la definición hay que sumarle: conseguir que
la máscara viva en escena. Precisamente este concepto es el éxito
rotundo de este estilo teatral. Fascina al público cuando observa que
la máscara parece que cambia de expresión en función de lo que el
actor proyecte. La magia creada a partir de un objeto inanimado
que al contacto con el movimiento y la emoción adecuados de un actor
cobra vida. ¿Cómo es posible que, en un trozo de cuero o de papel maché, se intercambien diferentes
expresiones tales como el miedo, la ira, la alegría o la sorpresa? La técnica guía hacia las respuestas. Su
inclinación con respecto al resto del cuerpo, el nivel de tensión del actor, la repartición del color o la cantidad
de formas impresas en el objeto. Pero, siempre hay “algo” misterioso, “algo” que siempre sorprende
y es precisamente tener la sensación certera de que la máscara cambia, se Mueve. El teatro contemporáneo
ya no será más unos tipos largando texto en un escenario sino poesía en Movimiento.
El concepto de máscara, se ha extrapolado sin barreras a cualquier objeto sobre el rostro. Unas
gafas o un sombrero son objetos con una definición física que pueden identificar un carácter. ¿Cómo se
movería una mujer con gafas redondas, pesadas y muy gruesas? Si la actriz no es sensible a la utilización
del objeto como parte de la identidad del personaje, es mejor que no lo utilice, no aportariá nada más que
una imagen abocada al desgaste en pocos segundos. Sin embargo, si el público entiende que ese personaje
no sería el mismo sin el objeto, la caracterización cobra un sentido esencial e indispensable para la creación.
La manera de conseguir este objetivo es, indudablemente, adquirir físicamente las cualidades del
objeto.
Ante la aparente apocalipsis escénica del siglo XXI, el teatro debe ofrecer algo único. El carácter
efímero es quizá lo más exclusivo. La máscara ofrece poesía efímera. el Movimiento en el objeto inanimado
es teatral desde su origen y por definición. La máscara no funciona ni funcionará jamás en una pantalla.
La cámara mata los cambios de expresión. El rito nos conecta con los dioses y los demonios. Nos
da la oportunidad de entrar en un mundo mágico, en un espectáculo en el que la carcajada y el llanto se
despiertan en el espectador sin remedio ni fronteras.
Arturo Bernal

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Reparto: Ruth Cabeza y Martín Bravo

Reparto: Ruth Cabeza y Martín Bravo

Incitación al Kennedycidio.

Primer montaje de Proyecto Bufo. Dirigido por Arturo Bernal.
Sello indiscutible de calidad y estilo.

Quería hablar sobre la dependencia emocional y las heridas que esto nos provoca. Para hacerlo contó con Antonio Rojano como dramaturgo y con Martín Bravo y Ruth Cabeza como actores. Partiendo de cero y con el paso de los meses se fue fraguando esta creación colectiva que tiene como base los bufones contemporáneos.

'Puede que INCITACIÓN AL KENNEDYCIDIO no sea más que un juego. El juego del amor. O del desamor. Un hombre y una mujer recrean a la pareja, pero con todos los lastres y vicios, cercanos a nosotros. Pero aún esta incitación hacia el crimen es mucho más. Un fiel reflejo de la imposibilidad y, a pesar de todo, de la esperanza que aún tenemos en eso que algunos llaman amor y que otros denominan violencia. INCITACIÓN AL KENNEDYCIDIO también podría ser un melodrama, un thriller político-conspiranoico o una tragedia de venganza con mala leche y poca poesía. Un viaje teatral que nos arrastra de los pelos hacia una parte de la verdad que hay en nuestras relaciones. La verdad capaz de sobrevivir a la locura de dos actores, que afilarán nuestra sonrisa. Recordemos, finalmente, que sólo los débiles y desgraciados pueden humillarnos sin que nos duela. Ya lo decía Aristóteles, ¿o no?'
Antonio Rojano